jueves, agosto 23, 2012

TONY SCOTT, EL MAESTRO PIROTECNICO (IN MEMORIAM)


Recientemente nos ha golpeado la noticia de la muerte (por suicidio) de Tony Scott, director inglés y hermano del también director Ridley Scott, que pasó la mayor parte de su vida en Hollywood donde rodó casi todas las películas que componen su filmografía.

Es la de Tony Scott una carrera curiosa donde se aprecian claramente dos estilos distintos, uno primero con el que fue abriéndose camino distinguiéndose en la medida de lo posible del carácter que impregnaban las películas de su hermano y que le convertían en una especie de sombra de este,  y uno segundo que daría lugar a lo que podríamos llamar el "estilo Tony Scott", mucho más próximo a las películas con sello JerryBruckheimer (con el que trabajó en "Dejà vu"[idem, 2006] y "Enemigo público" [Enemy of the state, 1998] entre otras) y que, curiosamente y debido a la deriva “comercial” que tomaron los films de Ridley, en lugar de apartarle de su estela no hizo sino acabar de confirmarle como su reflejo más deformado.

Tras unos primeros trabajos de cortometraje y una trayectoria reseñable como publicista, Tony Scott se da a conocer finalmente dirigiendo el film “El ansia” [The hunger, 1983]que adaptaba la novela gótica del mismo título. “El ansia” es cualquier cosa menos una película de vampiros al uso. Con una estética cuidadísima y muy deudora de sus años de trabajo en publicidad, el film es puro postmodernismo, mezclando intimismo con grandilocuencia, clasicismo y modernidad. Ahí tenemos por ejemplo el extraño y efectivo elenco que componen su reparto con una Catherine Deneuve a la cabeza acompañada por una pujante Susan Sarandon y un estilizado David Bowie. Otro ejemplo es la banda sonora, donde se dan la mano arias de opera, música clásica, punk gótico y ritmos de sintetizador. Definitivamente una opera prima (aunque insisto, no es stricto sensu su primer film) pretenciosa pero bella y que apuntaba maneras.
Quizá por eso, sorprendió a propios y extraños que sus siguientes films fueran ya pelotazos hollywoodienses donde todo ese estilo y cuidado por los detalles desapareció de un plumazo. Talmente como si “El ansia” hubiera sido un aplicado trabajo de fin de carrera para, una vez obtenido el título, pensar solo en hacer dinero al precio que fuera. “Top Gun” [idem, 1986] tiene el dudoso honor de ser el primer film del “estilo Tony Scott”, apareciendo ya en ella algunas de sus constantes posteriores; jóvenes estrellas, militarismo, pasión por la velocidad,… “Top Gun” fue un gran éxito de taquilla pero incluso para Tom Cruise, a la que prácticamente le debe su carrera posterior, fue una decepción y una película de la que, en parte, renegar ya que fue utilizada como reclamo por las fuerzas armadas norteamericanas para reclutar jóvenes soldados con una campaña publicitaria brutal que llegó incluso a enviar delegaciones de alistamiento a las puerta de los cines. Un joven Tim Robbins también aparecía en este film, y dado lo poco amigo del republicanismo que es, supongo es un trabajo que todavía debe escocerle haber aceptado.

Su siguiente film, también en la línea de los blockbusters, fue la primera secuela de “Superdetective en Hollywood” [Beverly Hills Cop II, 1987], impersonal y construida a mayor gloria de Eddie Murphi, uno de los cómicos metidos a actor más carismáticos del momento, que pasa por ser uno de sus peores y más olvidables trabajos. Quizá por eso, para su siguiente film “Revenge” [idem, 1990], volvería a utilizar una fórmula similar a la que tan buen resultado le dio con “El ansia”, el único film que la crítica continuaba valorándole positivamente. “Revenge” es una historia de sexo y violencia con la venganza como leitmotive, uno de los temas preferidos de Scott. Su reparto lo encabeza un Kevin Costner que ese mismo año daría el campanazo con "Bailando con lobos" [Dances with wolves, 1990], una sexi Madeleine Stowe (prácticamente debutando) y la veterana estrella de origen mejicano Anthony Quinn. 
Con la frontera mejicana y las tiranteces entre los habitantes de ambos lados de la misma como telón de fondo, Scott tejió una historia de improbable triángulo amoroso en la que  el “poder” y la “violencia” emergían de los celos y la pasión. Con “Revenge” Tony Scott consiguió de un volantazo recuperar el pulso y la confianza de la crítica, aunque alejándose de sus dos éxitos anteriores en cuanto a recaudación.  
Este desencuentro con el público y, probablemente con los productores, debió causarle suficiente impresión como para dejar “Revenge” como otra pequeña joya aislada en su filmografía y regresar para darle al público lo que le pedía. “Dias de trueno” [Days of thunder, 1990], de nuevo con Tom Cruise de protagonista y ahora también con una Nicole Kidman prácticamente desconocida en USA,  sería su siguiente film; una palpable demostración de lo aburridas que son las carreras de coches dramatizadas pero un ejemplo más del emergente “estilo Tony Scott”, aunque aquí algo almibarado por las escenitas entre la futura pareja Cruise-Kidman. 

Cambiando de registro pero no excesivamente de estilo, Tony Scott continuaría su carrera con “El último boy scout” [The last boy scout, 1991], film al servicio de Bruce Willis que serviría, de algún modo, para confirmar su finiquito como héroe de acción. Taciturno y violento, el policía interpretado por el protagonista de la saga “Jungla de cristal” aportaba al menos suficiente carisma a la película para que esta no se convirtiera en un fiasco total y, además, el tono crepuscular y el manierismo del que hace gala Tony Scott en este film serían sin duda la rampa de lanzamiento para el ambiente enrarecido y la explosión de humor negro de su siguiente y más celebrado film: “Amor a quemarropa” [True Romance, 1993].

Podemos decir muchas cosas de Tony Scott, buenas y malas, pero una de las mejores es que gracias a él disfrutamos del primer guión genuinamente tarantiniano que llegó al cine.  Si tenemos en cuenta que el libreto de “Asesinos natos” (Natural Born Killers, 1994) fue tan modificado por Oliver Stone y sus colaboradores que el propio Quentin Tarantino llegó a repudiarlo, el de “Amor a quemarropa” queda como su primer trabajo para cine y curiosamente, uno de los mejor llevados a la pantalla. Hay que reconocer que para no haber sido dirigido por él mismo en “Amor a quemarropa” está todo lo que uno puede esperar de un film de Tarantino y eso es gracias al buen trabajo de Tony Scott. Primero por conseguir un elenco de actores en el que estaban veteranos de la talla de Christopher Walken, Dennis Hopper o James Gandolfini pero también estrellas jóvenes de gran nivel como Christian Slater, Patricia Arquette, Michael Rapaport, Val Kilmer, Gary Oldman, Samuel L. Jackson, Chris Penn, Tom Sizemore y hasta un irreconocible Brad Pitt que se estaba convirtiendo en la revelación del momento gracias a su papel en la película “Thelma & Louise” que Ridley Scott, el hermano de Tony, había estrenado recientemente.

“Amor a quemarropa” es una de las mejores película de Tony Scott probablemente también porque ese estilo suyo cada vez más adrenalínico, de montaje rápido y alma de video clip alcanzó una simbiosis perfecta con el mundo barriobajero que pueblan los héroes de Tarantino, con sus chanzas y sus largos diálogos, sus momentos de absurdo y sus explosiones de violencia.
“Amor a quemarropa” marcaría además el fin de una etapa que, aunque heterogénea y demasiado marcada por sus derivas comerciales, desembocaría en un sinfín de películas todas ellas, ahora sí, perfectamente enmarcadas dentro de ese “estilo Tony Scott” del que hablaba al principio y que, además de las señas de identidad ya mencionadas, contarían casi siempre con la interpretación de Denzel Washington, quién se convertiría en su actor fetiche con un papel protagonista en cinco de sus nueve películas restantes.

“Marea roja”(Crimson Tide, 1995)  sería la primera de estas películas. Ambientada en un submarino nuclear y centrada en el enfrentamiento entre el capitán del mismo, interpretado por un siempre magnífico Gene Hackman, y su segundo, Denzel Washington, este film destaca más por su ritmo y su espectacularidad que por la claustrofobia y tensión de que suelen hacer gala las películas que transcurren en estos sumergibles. Aunque se dice que Tarantino metió algo de mano en el guión como favor personal hacia Scott, a excepción de un par de charlas sobre comics que buscan  dar una imagen del personaje de Denzel más cercana a la tripulación y poner de manifiesto su capacidad como mediador en conflictos, no se aprecian trazas del director de "Pulp Fiction" significativas en el libreto.

Como decíamos “Marea roja” se destacará como el primer torpedo de toda una andanada de films caracterizados por la acción rabiosa, el encuadre sacudido y el montaje corto: “Enemigo público”, ”Spy Game”, “Domino”, “Deja vu”, “Asalto al tren pelham 1,2,3” o “Imparable” certifican el estilo que caracterizó a Tony Scott y no le abandonó hasta el dramático final de sus días (incluso su muerte no está exenta de cierta espectacularidad, ya que decidió dejar este mundo lanzándose desde un puente).

De esta última y prolífica etapa destacaría únicamente un film que contiene algo de personalidad a pesar de sumergirse y empaparse bien de todos los tics de sus compañeras: “El fuego de la venganza” (Man on fire, 2004). Es curiosamente su regreso a la frontera mejicana (recuerden “Revenge”) el lugar que permite a Scott volver a lucir un tono crepuscular y sucio que por momentos nos recuerda al oscuro desván de “El ansia”, a la violencia pasional de “Revenge” o al héroe en horas bajas de “El último boy scout”, presentándonos un film donde no es tan importante la espectacular presentación de unos hechos como los hechos en si mismos y como estos afectan a sus personajes. Con todo, “El fuego de la venganza” no está a la altura de sus mejores trabajos aunque se destaque dentro de esta traca final con la que Tony Scott concluyó su filmografía y también su vida, pues incluso su muerte parece el estallido final de unos vistosos fuegos de artificio.

jueves, agosto 09, 2012

PROMETHEUS, Me toca hacer de abogado del diablo

Se ha desatado el apocalipsis en internet. Tras el estreno de Prometheus (ídem, Ridley Scott, 2012) millares de aficionados al cine y la ciencia ficción se han puesto a teclear en sus ordenadores lo disgustados y decepcionados que están con la última película de Ridley Scott. La gran esperanza blanca les ha fallado más allá de lo imaginable. Ríanse de “Star Wars, la amenaza fantasma” (Star wars episode 1, the phantom menace, George Lucas, 1999). Esto es peor, mucho peor. O así parece.

 Casi todas esas críticas negativas parecen coincidir además en un punto concreto, que es ya una herida abierta sobre la que derramar sal por sacos, el guion y uno de sus guionistas: Damon Lindelof. Por supuesto, haber encontrado al chivo expiatorio no ha reducido la animadversión hacia el director del film en tanto en cuanto él y nadie más que él ha decidido llevar ese guion a término. Ridley Scott no es un advenedizo en esto del cine ni un cineasta debutante o un pelele en manos de los grandes estudios. Justo lo contrario. Él es parte del engranaje de Hollywood y hace ya muchos años que como una pieza bien engrasada de esa maquinaria se comporta (algunos se atreven incluso a datar ese cambio de director independiente a mercenario de los estudios a partir de un film concreto: 1492, la conquista del paraíso [1492, conquest of Paradise, Ridley Scott, 1992]). Y pese a todo ello siempre ha sabido salir relativamente airoso de cada una de sus películas gracias a eso que llaman “su ojo”, es decir, su capacidad para trasladar en bellas imágenes las historias que caen en sus manos, o por decirlo de una forma más técnica, su capacidad para planificar, encuadrar, iluminar,…
¿Ha perdido Ridley Scott esas capacidades con el paso del tiempo? ¿Al abandonar esa rebeldía, en realidad simple voluntad autoral, de sus primeras películas dejó atrás su talento? ¿En qué lugar deja eso a “Red de mentiras” (Body of lies, Ridley Scott, 2008) o a “Gladiator” (ídem, Ridley Scott, 2000), films ambos de su época post-1492?

Digámoslo ya. Prometheus es una gran decepción para todo aquel que esperase una película del nivel de Alien (ídem, Ridley Scott, 1979) y de Blade Runner (ídem, Ridley Scott, 1982). Como también lo fue para quién esperaba una revolución cinematográfica de Avatar (idem, James Cameron, 2010) y se encontró con una historia más simple que el mecanismo de un sonajero. No obstante tal revolución sí que se dio, en los bolsillos de sus responsables que cambiaron la forma de ir a ver el cine (para los degustadores incansables de palomitas ahora si la peli no es en 3D no mola). Pero vamos ya a la película que nos ocupa. Imaginemos por un momento que Prometheus no fuera una película dirigida por Ridley Scott e imaginemos también que no tenga nada que ver con Alien. No cuesta tanto, esfuércense.

Una nave aterriza en un planeta siguiendo lo que parece una “invitación” a partir de las pinturas y grabados hallados en distintas partes del mundo realizadas por diversas civilizaciones hace miles de años. Dichos hallazgos no sugieren más que la alta probabilidad de que dichas civilizaciones tuvieran contacto con una raza alienígena pero dos de los científicos que han dado con ellos y los han estudiado parecen estar convencidos de que no solo se trata de alienígenas sino también de los responsables de la creación del hombre y la vida en La Tierra. Como un viaje a las estrellas solo puede ser costeado por un magnate empresarial contactan con una corporación, la que se encarga de que éste se lleve a cabo pero, más allá del altruismo científico, el dueño de la empresa esconde un objetivo egoísta, el de procurarse para si mismo mayor longevidad, algo que cree que podría obtener de esos alienígenas. En cualquier caso y dado su avanzadísima edad y su actual estado de salud, no tiene nada que perder. Pero no es así como lo ve su hija, quien debe heredar la compañía y a la que el viaje de su padre solo puede complicarle el futuro, por lo que decide reservarse plaza en ese viaje. Para ocuparse del mantenimiento de la nave durante la larga travesía se incluye en la tripulación a un androide que además se encargará, llegado el momento, de que su “padre”, el director de la corporación, alcance su objetivo lo cual le creará no pocos problemas a la hora de tomar decisiones que beneficiarán o perjudicarán a la misión oficial, la científica. Y por si todo esto fuera poco, durante el tiempo que ha pasado solo en la nave nutriéndose de la cultura humana a través de películas (imaginamos que libros, música y demás artefactos culturales también), ha ido desarrollando una personalidad que en última instancia le sitúa no muy en línea con las intenciones de los hombres, sus creadores, que al despertar del hipersueño le tratan con menosprecio. Una vez la nave llega a destino, los científicos localizan sin mayor problema una estructura en el interior de la cual descubren clarísimos indicios de vida inteligente. En efecto, han encontrado lo que buscaban. Sin embargo no queda un solo alienígena vivo para contestar sus metafísicas preguntas, en lugar de eso, sólo hay cadáveres y restos de sus experimentaciones en eso de “crear vida”. Al parecer, y como les ocurrirá a ellos mismos con su androide, las criaturas creadas en ese gran laboratorio adolecían de un grave complejo de Frankenstein y se revelaron contra sus creadores. El caldo primordial contenido en cientos de cápsulas que hay, en lo que después se sabe es una nave y no una edificación, no es un líquido brillante y prístino creador de belleza sino una sustancia oscura, pegajosa y letal, caótica y dotada de una sola cualidad: un feroz instinto de supervivencia y voluntad evolutiva. Se trata de una creación que quiere crear, que necesita de otros organismos para alcanzar una fase superior. El contacto con dicho líquido por parte de cualquier otro ser vivo tiene siempre consecuencias impredecibles; una recombinación del ADN del sujeto afectado que puede dar lugar a la generación de una nueva criatura híbrida entre ambos, una deformación monstruosa del sujeto parasitado, su desintegración en simples cadenas de ADN, etc,… Parece haber tantas posibilidades como sujetos. En cualquier caso, y como descubre la protagonista del film, católica convencida a pesar de sus firmes conocimientos científicos, no hay amor en estos creadores, sólo caos y horror. ¿Pero acaso no es así la naturaleza? Caótica, brutal e incansable en su lucha por la supervivencia. Una vez que todos los personajes han hallado la muerte o la decepción ante el que esperaban fuera su gran descubrimiento, aquellos que pueden huir lo hacen tratando de encontrar nuevas respuestas.

 Como ven se puede resumir la película sin tener que mencionar Alien en ningún momento y creo que en esencia no se trata de una mala idea o de algo que, debidamente pulido y en manos de la gente con el talento adecuado, no pueda dar mucho de si. ¿Por qué entonces tanto ruido? ¿Dónde están los problemas? Los problemas de Prometheus son a mi entender dos. El primero es la voluntad de haber querido encajar esta historia con la saga Alien. Creo que ha quedado claro que el periplo de estos cosmonautas podría funcionar de forma totalmente independiente de aquella pero situarla en el universo Alien le daba un plus de cara al tirón comercial y para ello determinadas tramas, giros y guiños de guion, de decorados, musicales, han tenido que estirarse hasta encontrar su encaje con la serie del monstruo de dos bocas. Este, y no otro, es uno de los principales argumentos que esgrime la furibunda turba internauta con horquillas y antorchas en mano, para tirar por tierra Prometheus; las piezas no enganchan adecuadamente con Alien. Y peor aún que eso, vendida como precuela de la saga (si bien oficialmente nunca se ha dicho tal cosa y todo esto proviene del ruido emitido por internet durante todos estos meses) todos los fanáticos esperaban respuestas a las preguntas que aún no se les habían contestado en las secuelas del seminal film de Scott y dichas respuestas no aparecen en el film. Antes al contrario, se abren nuevas preguntas. De hecho, el ¿de dónde sale tal o cual cosa? y el ¿por qué sucede esto o aquello? son las preguntas más repetidas en esas críticas y comentarios enfurecidos. Quieren sus respuestas y cargan las tintas sobre Lindelof, el guionista fatídico especialista en plantear enigmas y no resolverlos al que tienen en el punto de mira desde el final de Perdidos (Lost, J.J. Abrams, 2004-2010). Pero, digo yo, ¿quién ha dicho que esta película deba revelar ninguna incógnita pendiente de la saga Alien? Más aún, ¿quién ha dicho que ninguna película debe contestar a ninguna pregunta que se plantee en ella? La ciencia ficción no se destaca por dar respuestas, nunca lo ha hecho. Si acaso por plantear hipótesis o posibilidades y especular con ellas. Los fanáticos de Alien son injustos con Prometheus porque olvidan que cuando vieron Alien por primera vez, antes de que existiera saga alguna, Scott planteaba una situación llena de enigmas que nunc a resolvió y en ello radicaba gran parte de la grandeza de dicho film. Cuantos espectadores de entonces podrían haberse preguntado ¿de dónde ha salido la nave estrellada? ¿de dónde han salido esos huevos? ¿quiénes conducían la nave? ¿Qué pretende el Alien eliminando a toda la tripulación? ¿Qué hace con ellos, porque al parecer no se los come? Nadie tiró por tierra el film por no tener respuesta a esas preguntas y sin embargo, son esas mismas preguntas las que ahora hunden la propuesta de una nueva franquicia que se desarrolla en el mismo universo. Un buen ejemplo de que a veces es mejor plantear preguntas y no contestarlas está en una de las primeras versiones del guion de Alien, el octavo pasajero, donde al final el alienígena mata a Ripley y seguidamente se sienta a los mandos de la nave y con una sonrisa pone rumbo a La Tierra. Sinceramente, ¿no es mejor no saber cuáles son las intenciones del Alien? Otro ejemplo: ¿Cuántas preguntas plantea y cuántas contesta 2001 una odisea del espacio? ¿Y no es eso lo que la hace grande?

Aprovecho para señalar que otro de los objetivos de estas críticas furibundas especialmente hacia Lindleloff está en su uso abusivo de referencias al parecer inconexas entre ellas, como si llenar una película de citas cultas fuera un pecado si no guardan una relación de coherencia las unas con las otras. Pues mire usted, volviendo al Alien original, todavía está por explicar por qué la nave en la que viajan se llama Nostromo, cita culta del señor Scott en referencia a una novela de Joseph Conrad con la que Alien no guarda ninguna relación pero que James Cameron continuó al bautizar a la nave de Aliens, el regreso (Aliens, James Cameron, 1986) Sulaco, otro nombre extraído de la misma novela de Conrad. ¿Debemos insultarles por ello? Como usó el nombre de Nostromo para la nave ¿debía haber llamado a todos sus personajes como otros que salieran en la misma novela? Alien es una de las películas que más y mejor bebe de las atmósferas lovecraftianas. ¿Pero acaso a alguien le molestó que se citara a Conrad y a Lovecraft en la misma película? No caigamos en lo absurdo.
Cada creador, novelista, pintor, cineasta, etc,… maneja las referencias que tiene como mejor le parece y si a Scott la idea de una nave de carga minera le recordó a una novela sobre un puerto minero. Después le llamó la atención las ilustraciones de Giger en un álbum titulado Necronomicon de las que brotaría la criatura alienígena, álbum que a su vez se inspiraba en las atmósferas del escritor de Providence. Pues ya está. Anotado. No hay ningún problema en manejar distintos referentes en la misma película aunque en algún caso sea de forma únicamente anecdótica. Pero estos detalles se los pasamos a Alien porque de Alien me gusta todo y a Prometheus no le pasamos nada porque me ha defraudado mucho y acabaré recordando que hasta el cine en el que la vi olía mal.

 Pero he dicho que había un segundo problema. Una película de ciencia ficción no tiene, o no acostumbra a tener, como piedra angular un dibujo de personajes demasiado profundo. La base de las historias de ciencia ficción no son los personajes sino conceptos argumentales de índole científica que son llevados hasta un extremo desconocido gracias a unos personajes que actúan como instrumento para demostrar o refutar una hipótesis concreta. La ciencia ficción se hace preguntas a través de sus personajes pero no son ellos los que importan, lo que importan son las preguntas, en definitiva, hacer reflexionar al espectador sobre los conceptos planteados. Alien no formulaba demasiadas preguntas porque era en esencia una película de terror y no de ciencia ficción, por más que estuviera ambientada en una nave espacial y en el futuro. La belleza y la fuerza de Alien estriba a partes iguales en el talento de Ridley Scott para dosificar la tensión que va creciendo poco a poco y en el chocante e innovador diseño de producción y de la criatura a cargo de H.R. Giger y Ron Cobb. Y si aquellos personajes nos parecen mejor dibujados es porque serán diezmados uno por uno y el espectador nunca debe saber quién sobrevivirá y, por lo tanto, debe cogerles cariño. Claro que en aquella nadie se pregunta porqué los ingenieros parecen mecánicos por más que trabajen en una meganave espacial del futuro (se da por hecho que se trata de un trabajo que es ya rutinario) mientras que en Prometheus no se comprende, y con razón, la aparente incapacidad o falta de profesionalidad de parte de la tripulación ya que entendemos se trata de uno de los primeros, o quizá el primer viaje espacial de larga duración que ha realizado la humanidad. Pero como digo, esto es una suposición, en ningún momento se certifica. Prometheus es una película de ciencia ficción y no un film de terror, aunque también contenga sus dosis, más por la obligación autoimpuesta citada antes de tratar de que encaje con Alien, y por lo tanto no pierde demasiado tiempo en revelarnos detalles sobre el historial de los personajes que se pasean por la película a excepción de aquellos que deben ver confirmadas o refutadas sus preguntas. De hecho, en mi opinión, algunos de esos personajes directamente sobran y se podría haber prescindido de su presencia.

 Pero no es ese el segundo problema, que ya llego, sino su ilógico comportamiento. Es una lástima, que teniendo bien perfilados los roles fundamentales, los que deben conducirnos desde el inicio de la película hasta el final, el desarrollo de la historia y eso que llaman la “suspensión de incredulidad” se vea anulada en varias ocasiones por el errático comportamiento de algunos de los personajes secundarios cuya actitud es del todo incomprensible: geólogos que se pierden, biólogos que huyen al primer indicio de lo que debería ser el sueño de sus vidas para luego, en el momento del contacto, volverse absolutamente temerarios, pilotos que deciden inmolarse con su nave sin saber si eso va a tener efecto alguno… Pero sí, son principalmente esos dos personajes, el geólogo rockero y el biólogo bipolar, los que socavan la fluidez de la narración hasta el punto de que empiezo a plantearme que se trata del clásico, y más inapropiado, uso de la pareja de opera china con la que se intenta relajar tensión y añadir algo de humor, al que Scott ya había recurrido en su “Black Hawk Derribado” (también post-1492, por cierto). Payasadas, a falta de un nombre mejor, que se le perdonan a “Horizonte final” (Event Horizon, Paul Anderson, 1997) pero no a Prometheus.
Mi conclusión es que las aspiraciones de Prometheus son demasiado elevadas para tratar de encajarlas en un patrón establecido. Su link con Alien pudo haber sido visto como una ventaja comercial pero es un lastre argumental y narrativo. La necesidad de acercar la película a un publico mayoritario (quizá para evitar el fiasco en taquilla que supuso Blade Runner y que sin duda marcó a Scott para siempre) infantiliza a unos personajes que deberían ser invisibles para nosotros remarcándolos con sus estupideces y haciendo que perdamos de vista lo mejor del film. Angel Sala, crítico de cine y director del Festival de Sitges desde hace varios años, define a Prometheus en la revista Scifiworld como un diamante, tosco y sin pulir. Estoy de acuerdo con la segunda parte.