domingo, octubre 10, 2010

VAMPIRES


Lo que peor me sabe de esta película es que estoy seguro de que nadie que no estuviera en la sala conmigo ayer la podrá ver nunca. Bueno, puede que exagere, pero creo que más allá de las salas belgas y del circuito de festivales va a ser muy complicado que una cinta como esta se estrene en nuestras pantallas o llegue al mercado del DVD o, más aún, se llegue a pasar por algún canal de televisión en nuestro país. Y no por que no se lo merezca, que tiene muchos méritos para ello, sino porque su tirón comercial es más corto que el montaje de “The fast and the furious”.

Vincent Lannoo, director de la película, sabe perfectamente lo que es trabajar con un presupuesto bajo y centrar la atención en los actores, no en vano debutó con un film dogma. Con esa credencial y tratándose de una película belga sin caras conocidas en el mercado internacional y por la que ni siquiera este festival ha apostado de una forma seria (no está a concurso en las secciones principales) el recorrido hacia la distribución será más que complicado.

“Vampires” es un mockumentary que parte de la siguiente premisa: una familia de vampiros de Bélgica escribe una carta a una cadena de televisión local para que vaya a su casa a filmarles para que así la gente pueda saber como vive realmente la comunidad de chupasangres local. El resultado de tan estimulante propuesta es una película totalmente descacharrante con momentos inolvidables desde que comienza hasta su desenlace.
Lejos de la dramática habitación de hotel donde el decadente Loui de “Entrevista con el vampiro” decide exponer a la luz pública la existencia de vampiros y su propio periplo vital, la familia de “Vampires” se muestra de forma abierta y jovial, tan natural como si estuvieran en el TV show “Gran hermano” o algo parecido obsequiándonos con constantes momentos para el recuerdo. Empezando con el hilarante gag del primer intento de grabación que se salda con algunas víctimas entre el equipo de rodaje, pasando por la naturalidad con la que los vecinos de la familia, también vampiros, narran como se conocieron y su especial apetito por los niños, hasta el viaje a Canadá y el choque cultural que sufren con la comunidad vampírica americana pasando por la visita a la escuela de vampiros o a la tienda de ataúdes, cada una de las vivencias de los protagonistas es una pequeña historia en si misma.
Cada revelación del mundo vampírico a través de la familia protagonista es además una crítica absolutamente corrosiva sobre el estado del bienestar y la diferencia de clases en el país belga (perfectamente extrapolable a la sociedad europea en general) donde unos pocos privilegiados manejan a los demás a su antojo utilizándolos y desechándolos de la forma más natural del mundo. Sirvan como ejemplo el que sea la propia policía la que les provee de sangre fresca trayéndoles cada noche a un inmigrante ilegal, que dispongan de una prostituta en casa a la que guardan en una nevera y sacan solo para cenar lo cual ella agradece, puesto que es un trabajo mejor que el que tenía, o el placer culpable que tuvimos todos cuando vimos como el hijo adolescente de la familia y su amigo vampirizan a un disminuido para luego tener que acabar matándolo.

Sin duda, lo más destacable de la propuesta además de su excelente sentido del humor en el que, como ya he dicho, queda muchísimo espacio para hablar de temas sociales sin tener que caer en el izquierdismo obvio de muchos de nuestros cineastas reconocidos amigos de la pancarta, es el esforzadísimo trabajo de sus actores que están inmensos cada uno en su papel y que añaden un punto adicional de verismo al falso documental en el que, eso sí, a veces se justifique difícilmente la presencia de algún plano demasiado calculado cinematográficamente. Pero poca cosa le puedo criticar (en el mal sentido) a esta fantástica muestra de cine que justifica por si sola el que, un año más, me haya venido hasta Sitges para ver y escribir sobre cine.

Divertidísima.

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