viernes, octubre 09, 2009

DORIAN GRAY; Una adaptación efectista que no contenta a nadie


Adaptar un clásico de la literatura supone siempre un riesgo adicional. Si cualquier novela de moda ya tiene de por si una legión de fanáticos detrás listos para sacar los cuchillos en cuanto aprecian que se ha traicionado el texto por el que tanta devoción sienten, peor es aún cuando la novela está considerada por el mundo entero como un clásico.
Mucha mejor suerte suelen correr aquellos que, partiendo de ésos mismos clásicos de la literatura, los utilizan para explicar una historia que aparentemente no tiene nada que ver con ellos pero que, en realidad, no existirían sin ellos. Es el caso de “O brother” y “La odisea”, de “Mi Idaho privado” y “Oliver Twist” o de “El dia de la bestia” y “Don Quijote”, por citar también un ejemplo español. Todas estas películas beben de tan encumbradas historias sin tener que rendirles pleitesía, de una forma tangencial y con el respeto que merecen.

La película “Dorian Gray” no es la primera aproximación que se hace al célebre relato de “El retrato de Doran Gray” de Oscar Wilde. Albert Lewin dirigió una versión en 1945 con el mismo título de la novela que obtuvo incluso un oscar por su fotografía. Y después de haber visto esta nueva adaptación, creo que Lewin puede estar tranquilo. No le han superado.

La versión que hoy nos ocupa es mucho más moderna y no porque se haya ralizado sesenta años después sino porque tira sin parar de algunos de los efectistas recursos del cine más reciente. No es más moderno en cuanto a ambientación pues se ha mantenido el mismo contexto en el que se desarrollaba la historia original, el Londres de finales del XIX, pero sí en cuanto a planificación y montaje. Es decir, de las dos posibilidades que se abrían para sus responsables (utilizar una narración clásica que convirtiera la película en un film de época con toques fantásticos que complaciera a los que pudieron ver en su día la película de Lewin o componer un relato efectista y al gusto de la juventud actual) optaron por algo a medio camino.
En Dorian Gray abundan los flashes, los montajes rápidos, los fundidos encadenados a ritmo de videoclip e incluso una planificación que en ocasiones hereda algunos tics propios del cine de terror slasher. Todo esto banaliza la propuesta y hace pensar que el director subraya la intención del director de captar a todo tipo de público y, ya se sabe, cuando intentas contentar a todos lo normal es que nadie acabe contento.
Puestos a adaptar el clásico según los gustos actuales lo lógico hubiera sido llegar un poco más lejos, asumir algún riesgo más y mostrar de un modo menos complaciente el descenso a los infiernos del personaje de Dorian (interpretado por un sosainas llamado Ben Barnes), su depravación creciente y el horror de los crímenes que termina cometiendo para ocultar su secreto. Incluso Colin Firth que interpreta al provocador Lord Henry Wotton mantiene siempre un rictus cercano a la parálisis facial que resulta demasiado contenido para la degeneración que se le supone.
Probablemente, la mejor demostración del escaso nivel cinematográfico de la película se encuentra en los planos que rodean el misterio del retrato. El director está tan convencido de que el público está deseando ver como Dorian se pudre en el cuadro que nos escatima los planos que le dedica a éste sembrando en el espectador una inquietud creciente y, a la vez, metiéndose él mismo en una zanja de la que será incapaz de salir ya que, cuando no pueda mantener por más tiempo la tensión y deba mostrar lo que hay bajo la sábana que cubre el lienzo ¿qué enseñará? ¿Qué podrá cumplir con las terribles expectativas que ha creado?
Ni que decir tiene que cuando el retrato es revelado finalmente el efecto es bastante menos intenso de lo esperado.
Y lo mismo ocurre con la película.

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